Surcando las calles a toda velocidad, con una
cerveza de más y el viento en mi pelo, la bici sigue mis órdenes – que son
pocas. No hay coches en la ciudad y solo se respira el olor a primer día de
verano, así que me dejo llevar por la máxima velocidad de las ruedas por las
calles desiertas (desiertas de personas, desiertas de clima). Sigo a mis
compañeros de viaje, los de delante haciendo carreras para ver quién es más
rápido; el de atrás, como yo, disfrutando del momento en silencio. Bajando una
cuesta me cruzo con las dos únicas personas de la ciudad, una pareja inmersa en
un beso bajo un túnel de columnas. Qué beso más de película, en una
noche tan estival. Ojalá hubiera tenido confeti en las manos para lloverles
encima y celebrar ese momento. En lugar de confeti mis manos agarran el
manillar de la bici, recordando mi propio beso de película y tu pelo, tan cerca
y tan lejos.
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